Tengo una vecinita de siete años, Angélica, a la que le encanta jugar a los detectives. Es preciosa, tiene oro en el pelo y un trocito de cielo en los ojos. Por desgracia, su pobre madre, soltera, trabaja en la fábrica todo el día, y yo, como buen escritor, vivo afincado en mi piso, así que hago de cuidador habitual de la criatura, puesto que soy el único capaz de controlar su ansia de travesuras.
Aquel domingo, Angélica jugaba con un puzzle mío de Egipto mientras yo completaba un trabajo urgente para el lunes. Le había dicho a la vecinita que tuviera cuidado con el puzzle (era absurdamente caro) y aporreaba frenéticamente el teclado, a sabiendas de que sin las cuarenta y siete páginas que faltaban, aquello no valdría nada. A las dos horas, se me antojó una magdalena y fui a la cocina. Me sorprendí al no encontrar a la cría en el salón y la llamé a voces, infructuosamente. Vi que en la nevera había una notita manoseada pegada, y la cogí. “Ponte despaldas a la nebera, da sinco pasos a la derecha y dos al frente, despues media buelta”. Pasé por alto las faltas de ortografía y seguí las instrucciones. Choqué con la mesita auxiliar, sobre la que reposaba el cajón del pan. Abro el cajón del pan y ¿qué me encuentro?: ¡otra vez la vecina! La notita ponía “lo he consegido!”. La cogí y debajo estaba el puzzle, hecho.
23 de mayo de 2009
Uno de mis textos
Ejcrito por Frida a las 20:21
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